miércoles, 21 de mayo de 2014

                                     Caída del muro de Berlín (1989)

 El muro de Berlín, bautizado oficialmente como “Muro de Protección Antifascista” por la República  socialista Democrática Alemana o RDA, fue erigido el 13 de agosto de 1961 por el bloque soviético  presuntamente para proteger a su población de supuestos elementos fascistas que pudieran  conspirar para evitar la voluntad popular de construir un estado socialista en Alemania del Este.
 Pero la verdadera razón fue otra. Hasta ese día, casi tres millones de alemanes del Este habían  abandonado el Estado comunista para refugiarse en la República Federal Alemana, una huida  masiva que resultaba verdaderamente insoportable para los comunistas, ya que afectaba  gravemente a las estructuras social y económica de la RDA por un doble motivo: por la sangría  demográfica que suponía y porque, en general, quienes abandonaban el país eran los profesionales  más cualificados.
 El muro, uno de los símbolos más patentes de la denominada “Guerra Fría”, el conflicto no  declarado entre Estados Unidos y la Unión Soviética que dividió política y económica en dos  grandes bloques al mundo entero, se extendió a lo largo de 45 kilómetros, dividiendo a la ciudad de  Berlín en dos partes, además de 115 kilómetros que separaban a la parte occidental de la ciudad  del territorio de la RDA. Su pared medía más de cinco metros de altura y estaba coronada por un  tubo de 40 centímetros de diámetro que impedía aún más la posibilidad de atravesarla. Aparte de  ello, existía la llamada “franja de la muerte” o tierra de nadie, un área de aproximadamente dos  metros de anchura, limitada por una verja de dos metros de altura que, en algunos tramos, estaba  minada y electrificada y se encontraba permanentemente vigilada por soldados armados y perros  adiestrados.








 En la práctica el muro, que comenzó a ser llamado “el muro de la vergüenza” por los propios    alemanes, dividió a Alemania en dos partes, separando a la RDA de la República Federal Alemana,  obligando a los alemanes que quedaron en la Alemania del Este a vivir bajo un férreo y opresor  sistema socialista, impidiéndoles de paso que pudieran transitar libremente hacia Occidente.
 Después de 28 años de oprobio, las políticas reformistas impulsadas desde mediados de la década  de 1980 en la Unión Soviética por el líder soviético Mijail Gorbachov se tradujeron en la decisión de  abrir poco a poco las fronteras de la República Democrática Alemana. El 9 de noviembre de 1989,  finalmente, y después de una breve conferencia de prensa realizada por el jefe de prensa del  Partido Comunista oriental, se anunció, visado mediante, la libertad para viajar hacia la otra  Alemania o a cualquier parte del mundo, elecciones libres y la configuración de un Nuevo Gobierno.  Ello pareció anunciar por fin el desmoronamiento de la aterradora estructura de hierro, cemento y  alambre que por casi tres décadas aisló brutalmente a todo un pueblo.
 Los alemanes del este reaccionaron de inmediato. Miles de berlineses, tanto del lado oriental como  occidental, se aglomeraron frente al muro y sus barreras fronterizas tomando parte ese mismo día  en una de las acciones político-sociales más relevantes del siglo XX: la caída del muro de Berlín.
 Muchos jóvenes alemanes orientales, con pequeñas mochilas al hombro, vacilaron antes de saltar  el Muro. Una hora antes, sólo aventurarse cerca de la barrera habría significado la muerte  inmediata. Pero ahora muchas manos desde el otro lado se extendieron para ayudarlos. Como  tantos otros, esa larga noche del jueves 9 de noviembre, saltaron finalmente las barreras que fueron  completamente inútiles, paseándose felices por las iluminadas calles de Berlín Occidental.
 Otros, en tanto, con martillos e improvisadas picas en las manos, compartieron desde arriba del  muro la alegría de derribarlo trozo a trozo, muy cerca de la imponente puerta de Brandenburgo.  Desde lejos los sombríos policías de la ex RDA observaban recelosos, pero por el otro lado los  improvisados anfitriones occidentales se fundieron en un emocionado abrazo con sus visitantes. El  canciller de Alemania Federal, habiendo interrumpido abruptamente su viaje a Polonia, acompañado  de Willy Brandt y otras personalidades, se mezclaron con la multitud para dar la bienvenida a los  recién llegados.
 La acelerada desintegración del aparato político de la Alemania Oriental, primero a las órdenes del  anciano Erich Honecker –quien se refugiaría posteriormente en Chile con su esposa e hija- y luego  de Egon Kretz, sólo fue el preludio de un gigantesco desbande. Desde Leipzig hasta Dresde, más  de un millón de alemanes se movilizaron exigiendo libertad de expresión y movimiento, liberalismo  político, cese de discriminaciones y privilegios y el reconocimiento oficial de los representantes de  los partidos políticos de oposición. El socialismo soviético había caído y, con él, su “muro de la  vergüenza”.

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