hombre."
Para
sofocar la rebelión, el primer ministro llamó a las tropas del príncipe
de Condé, Gran Maestre de Francia y héroe nacional; los parlamentarios
claudicaron inmediatamente, pero Condé aprovechó su éxito para reclamar
numerosos honores. Cuando Mazarino lo hizo detener en enero de 1650, la
nobleza se levantó contra la corte dando lugar a la segunda Fronda, la
de los príncipes.
La falta de acuerdo entre los
sublevados iba a decidir su fracaso, pero eso no impidió que durante
meses el populacho se adueñara otra vez de París; la reina madre y su
familia, de regreso al palacio del Louvre, hubieron de soportar que una
noche, tras correr la voz de que el joven monarca estaba allí, las
turbas invadiesen sus aposentos y se precipitaran hacia el dormitorio
donde el niño yacía inmóvil en su cama, completamente vestido bajo las
mantas y fingiendo estar dormido: ante el sonrosado rostro rodeado de
bucles castaños, la cólera del pueblo desapareció de pronto y fue
sustituida por un murmullo de aprobación. Luego, todos abandonaron el
palacio como buenos súbditos, rogando a Dios de todo corazón que
protegiera a su joven príncipe.
Aquellos acontecimientos dejaron una profunda huella en
el joven Luis. Se convenció de que era preciso alejar del gobierno de la
nación tanto al pueblo llano, que había osado invadir su dormitorio,
como a la nobleza, permanente enemiga de la monarquía. En cuanto a los
prohombres de la patria, los parlamentarios, jueces y abogados, decidió
que los mantendría siempre bajo el poder absoluto de la corona, sin
permitirles la menor discrepancia.
Luis XIV fue
declarado mayor de edad en 1651 y el 7 de junio de 1654, una vez pasado
el huracán de las Frondas, fue coronado rey de Francia en la catedral de
Reims. A partir de ese momento, su formación política y su preparación
en el arte de gobernar se intensificaron. Diariamente despachaba con
Mazarino y examinaban juntos los asuntos de Estado. Se dio cuenta de que
iba a sacrificar toda su vida a la política, pero no le importó: "El
oficio de rey es grande, noble y delicioso cuando uno se siente digno y
capaz de realizar todas las cosas a las cuales se ha comprometido."
No
es de extrañar, pues, que comprendiese perfectamente su obligación de
casarse con la infanta española María Teresa de Austria, hija de Felipe
IV de España, porque así lo exigían los intereses de Francia. Según la
Paz de los Pirineos, tratado firmado en 1659 entre ambos países, la dote
de la princesa debía pagarse en un plazo determinado. Si no se
efectuaba el pago, la infanta conservaría su derecho al trono español.
El astuto Mazarino sabía que España estaba prácticamente arruinada y que
iba a ser muy difícil cobrar la dote, con lo que Luis XIV podría
reclamar, a través de su esposa, los Países Bajos españoles e incluso el
trono de España. Al soberano nunca le satisfizo aquella reina en exceso
devota y remilgada, pero cumplió con los compromisos adquiridos y con
todas sus obligaciones como esposo. Al menos, durante los primeros años
de su matrimonio.
El 9 de marzo de 1661, Mazarino dejaba de existir. Había llegado el
momento de ejercer la plena soberanía. Luis XIV escribió en su diario:
"De pronto, comprendí que era rey. Para eso había nacido. Una dulce
exaltación me invadió inmediatamente". Cuando los funcionarios le
preguntaron respetuosamente quién iba a ser su primer ministro, el
soberano contestó: "Yo. Les ordeno que no firmen nada, ni siquiera un
pasaporte, sin mi consentimiento. Deberán mantenerme informado de todo
cuanto suceda y no favorecerán a nadie."
Imformacion sacada de: biografiasyvidas
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